La vida de X

Narrativa. Novela sobre un ciudadano asocial.

lunes, noviembre 06, 2006

Capítulo 20: El paraiso. Dionisos y la calma.

El paraiso es una bandeja repleta de estupefacientes. Después de un áspero tránsito por un tunel de luz, y una sensación de súbita ingravidez, X se encuentra a sí mismo tendido en una cama blanca, en una estancia también blanca y simétrica. A su lado, una bandeja de plata repleta de drogas: hachis, marihuana, extasis, cocaína, opio, heroína. Un radiocasette con una cinta sobre la mesa.
X , invadido por la curiosidad, pone el reproductor. " Buenas noches, X. Bienvenido a tu propia elección. Muchos han pasado por esta habitación antes que tú. Sin embargo, ahora es para tu uso particular sin límite de tiempo. Tienes todas las sustancias, que se irán renovando cada día, a tu lado. Tienes permiso del Padre para usarlas, sin albergar ningún sentimiento de culpa. No dañarán tu cuerpo, puesto que tu cuerpo es sólo una imagen para que te sientas cómodo. Cuando esta narración acabe, empezarás a escuchar las gimnopedies en un bucle constante. Bienvenido a tu nueva vida. "
" Se te ha concedido un papel en la comedia. Serás uno de los destinados a probar en ti mismo la esencia de la locura. Que te aproveche, disfruta de nueva vocación. "
Así es como la historia termina; para comenzar con una gran sonrisa.

martes, agosto 08, 2006

Capítulo 19: El Suicidio.

" No puedo más ", piensa x, taciturno, desesperado. " No puedo ni podré soportar el mediocre discurrir del tiempo. Ha llegado el momento de la cicuta ". Mientras se justifica a sí mismo lo que va a acontecer en minuto, lee con detenimiento un pasaje de Nieztsche: " Todo lo grande se aparta del mercado y de la fama: apartados de ellos han vivido desde siempre los inventores de nuevos valores " .
Sobre la mesa, el paquete cilíndrico que contiene las pastillas, que combinadas con los cinco gramos de cocaína, pararán su corazón. Una nota escrita con letra legible, indicando como deben quemar a X y no adjudicarle ningún símbolo cristiano . A penas una despedida de los más allegados, que son dos: Fernando, y la ex-novia.
" A causa de esas gentes súbitas, vuelve a tu seguridad: sólo en el mercado le asaltan a uno con un ¿sí o no? ". El pasaje es suficientemente elocuente. Dios a muerto, y un pequeño dios ha de morir ahora.
X está limpio en su despedida. Antes de matarse, ha limpiado y exfoliado su piel, para que quien le encuentre no se asuste de su anterior estado de abandono. Prepara la sustancia, picándola con meticulosidad sobre un cd gastado. Ingiere diez pastillas de tranquilizantes, pasando a esnifar compulsivamente los cinco gramos, lo que le lleva al menos media hora. Parte de la sustancia queda en la mesa, porque no puede pasar por la hemorragia de su nariz. Ingiere otras diez pastillas de tranquilizantes. El brío es indescriptible, el corazón es un tambor batiente. Se tiende en la cama. En media hora está sudando e hiperventilando. Los tranquilizantes hacen su efecto, creando una sensación maravillosa de exceso desmedido. Dionisos llega al templo de X. X sigue hiperventilando, en la espiral del brío de la cocaína. En dos horas está semiinconsciente, tendido en la cama, desnudo, recubierto en sudor. Su corazón está a punto de estallar.
Al fin, su corazón estalla. La muerte ha llegado al templo de un desgraciado. Y su historia no es más romántica que la de cualquiera.

lunes, julio 24, 2006

Capítulo 18: La Catarsis

X está desparramado en la cama. La fiesta ha terminado. La taquicardia es como una manada de elefantes. Ha esnifado, ha bebido, ha fumado hachis y cocaína. Su cerebro alucina, disparando pensamientos sin sentido. Son las 4 de la madrugada. El paro, el paro, el paro. X repite su desgracia. Mira al techo descreido, sabiendo que no podrá dormir después de dos gramos de cocaína buena, aún a pesar del hachis que ha comido y fumado.
X es un cadaver, pero aún respira de forma entrecortada. Le gustaría morir en este mismo instante. El alquiler, los pagos, el caos viene a visitarle. Volver a pedir ayuda a su odiada familia, con la consiguiente humillación moral. Vivir de nuevo una jornada de resignación cristiana, disimulando sus trastornos frente a su madre. Pedirle dinero, pedirle un psiquiatra, pedirle una vida subvencionada y alienante.
El bucle lleva varias horas en su cabeza. El paro, el paro, el paro. " No hay salida, y la fiesta se ha acabado. Ya no quedan caramelos ".
8 de la mañana. X sigue tendido, mirando al techo. La taquicardia ha disminuido, pero el pulso tiembla hasta el grado de no poder liar un cigarrillo de hachis. Los orificios nasales son ahora rojizos e inoperantes. X respira por la boca desde hace horas.
2 de la tarde. X, finalmente, duerme. Mañana no hay futuro, no hay empleo. Solo un obeso jadeando mientras duerme.

miércoles, julio 05, 2006

Capítulo 17: La carta de despido.

X está sentado frente a frente con su jefe. Hay una carta encima de la mesa, y una lámina del grito con un marco barato. El despacho es gris. El individuo pesa unos 90 kilos, lleva el pelo corto, moreno. Viste con un traje modesto. Mientras le habla, X fuma un cigarrillo barato.
" Algunos vecinos me han comentado que no están satisfechos con tu trabajo, que no aprecian interés en ti ". X se mantiene en silencio Sabe como terminará la conversación. " Así pues, solo cabe despedirte. No queremos gente con problemas trabajando en esta comunidad ". " En el sobre encontrarás el finiquito, y la parte correspondiente a este mes ".
X no pronuncia palabra. Su pulso renqueante ase el sobre, mientras enciende otro cigarrillo. Sabe que no cabe decir nada, que es mejor mantenerse en silencio. "Adios, buenas tardes ". Se levanta, mirando de nuevo el rostro descompuesto del cuadro. Camina con paso firme hasta la puerta.
" Esto no es personal. No lo tomes así ". X no quiere darse la vuelta. Pero lo hace. "Adios, buenas tardes ". El sonido hueco de la puerta retumba al salir.
Ya fuera del bloque, sentado en un banco, cuenta la cantidad. 1000 euros. Saca el teléfono móvil, llama al hinchado. La conversación es corta. " Quiero verte. 2 gramos, y lo de siempre. Que no esté cortada ".
Camina cabizbajo por la calle Alcalá, a encontrarse con la muerte química. No puede pensar. Su mundo se derrumba, sus ingresos, su trabajo basura. No sabe como actuar. Ha llegado el paro.
Fuera de la casa del hinchado, comprueba que lleva todos los venenos en orden. Coge un taxi. Mira los edificios con nostalgia. El taxista no habla. Madrid no dice nada fuera del cemento. " Hoy viene la muerte a verme ", piensa, sonriéndose. De nuevo, la peor situación es las más cómoda. De nuevo recuerda a su padre. Y al pagar, de nuevo, el billete tiembla.

lunes, junio 12, 2006

Capítulo 16: El momento y la dosis.

X está en su agujero. Todo está, increiblemente, ordenado. Desnudo, en el servicio, mientras el agua retumba en la bañera, hace del billete un cilindro, mirando atentamente el disco que sirve de superficie al polvo blanco. Con una tarjeta de propaganda, pica minuciosamente la sustancia, haciendo una estilizada línea sobre el plástico. El agua comienza a calentarse. El ambiente también. Erik Satie suena en un viejo radio casette. X se agacha, situando el cilindro en su orificio nasal. Toma aire, y lo expulsa. Rápidamente, divide la línea en dos, esnifando cada una por un orificio nasal. Guarda la dosis en una bolsa al vacio, la aleja del lugar, mientras la cocaína sube. Aspira con fuerza para acelerar la subida, y se mete debajo de la ducha. Mientras el agua cae sobre sus hombros, una extraordinaria sensación de poder se adueña de él. Los pensamientos comienzan a ir más rapido. El estómago se contrae, pero no tiene nada que expulsar. El agua le baña por completo, mientras el poder sigue consumiéndole. Se siente Dios.
Limpio por completo, mientras los acordes se siguen arrastrando lentamente, elabora de nuevo, a penas diez minutos después, otras dos líneas uniformes, y la esnifa con rapidez. El poder de la cocaína sube de nuevo, X no toleraría una bajada de esta bendita sensación. " Esto es increible ". Se mueve acelerado al cuarto de estar. Observa con asco varios alimentos sobre la cocina americana, que guarda con celeridad. Toma un papel, y se recuesta. Toma un boli de la mesilla de noche. Escribe unos versos, que no le convencen. No puede conservar la atención en lo que hace. De súbito, se acerca y desconecta el teléfono fijo, apagando tb el móvil. Retorna al servicio, tomando la droga y el cd en sus manos.
Elabora esta vez dos líneas muy gruesas de cocaína. Quiere el pico. Las inhala, observando las primeras muestras de sangre en los orificios nasales. Apenas queda medio gramo en la pequeña bolsa de plástico. " Es normal que tenga este precio, te hace sentir Dios ". La súbida es pletórica, y recostado, siente como la líbido se dispara. Se autocomplace.
Quiere el pico. No puede mantener la atención en nada. Está demasiado acelerado. El corazón bombea a gran velocidad. Empieza a sentir miedo. Decide algo típico de un consumidor ocasional. Esparce y pica lo que queda de la sustancia. Con el pulso acelerado, elabora esta vez unas gigantescas líneas, que inhala con descontrol. Se recuesta, sintiendo el estupefaciente golpeándole en el cerebro. Con el resto de la tarjeta, moja un cigarrillo y empìeza a fumarla. Grandes bocanadas de un humo denso, fuerte, llenan la alcoba. El ritmo cardiaco se dispara, pero el efecto de fumarla le calma, combinando el calmante y el excitante. Fuma el cigarrillo entero, sintiendo un ebriedad indescriptiblemente angustiosa. Quiere repetir. Quiere más. Pero no tiene más. Comienzan los problemas.
Fuma otro cigarrillo con los restos, mientras rebaña la pequeña bolsa de plástico. Su cerebro sólo quiere más. Elabora la última raya, esnifándola. El brío de la coca le inunda.
Cinco horas después, está fumando un cigarrillo de hachis, mirando al techo. No ha podido dormir, no ha podido escribir, no ha podido seguir el protocolo. Desesperado, abre un cajón sacando una caja de calmantes, y en largo trajo de agua, toma dos dosis.
Una hora después, duerme. Pero ha sido dominado. X no gusta de ser dominado.

Capítulo 15: El nuevo veneno.

X está en su desempleo. Hoy no hay trabajo. No puede mantener la concentración en el libro.
" Hace tiempo que el thc no hace su efecto. Hace tiempo que no me doy una pequeña fiesta en mi alcoba. Quizás sea el momento de recurrir al viejo remedio, al fuerte ". Mientras piensa esto, recuerda como Harrie Haller tomaba los polvos que le ofrecían sus compañeros de aventura en la estepa. Elucubra distintas justificaciones para hacer algo que su conciencia sabe realmente peligroso. Volver a tomar cocaína.
" Recuerdo esa sensación de poder, de autosuficiencia. Quizás me ayude de nuevo a escribir, a ordenar mi cloaca, a pensar. Pero debo tomarla solo, sin invitados, sin que nadie sea partícipe. No debo ser juzgado. Debo ordenar la toma, comprar sólo un gramo, tomarlo en el día libre. Reservar ocho o diez horas para dormir. No comer nada antes de tomar, para no vomitarlo. Elegir la música, el momento adecuado. "
En su adolescencia, la cocaína era la droga elegida para los fines de año. Sus compañeros de cárcel la compraban minuciosamente días antes de la fiesta alcóholica. Aunque era difícil consumirla en los servicios de cualquier tugurio atestado de gente trajeada y drogada, era el tema, el leit motiv de la reunión. Distintas excursiones al reservado cada veinte minutos ponían la suerte de un grupo de postadolescentes en común. Y el final de noche era una patética procesión de intoxicados en busca de un taxi libre.
Los pies de X se mueven inquietos, mientras videa la escena en su mente. Se siente orgulloso de tener un espacio propio, y de tener conciencia de como los psicotrópicos pueden elevar la conciencia.
" Sherlock Holmes se la inyectaba. Fumada es fantástica, esnifada una gloria. ¿Porqué hubo Dios de crear una sustancia así, si no fuera para su uso? ".
Quedan varios días para el fin de semana, la paga extraordinaria, y la toma. Pero X videará durante toda la noche la toma, haciéndola mucho más dulce y productiva de lo que será en realidad. Un acto de inconsciencia.

martes, junio 06, 2006

Capítulo 14: La Nada

X ha cumplido con su jornada de trabajo. Hoy, simplemente, no ha ocurrido nada. Son las diez de la mañana. Desnudo, tumbado, enboca el remedio marroquí. Quiere dormir, antes de la siguiente jornada de trabajo.

X adora que no ocurra nada. Es saludable contemplar la nada. " Quizás la ausencia contenga la respuestas ".

El hachis empieza a ejercer su mantenimiento. Como inconsciente enfermo mental, X aprendió en la adolescencia que esa droga le hacía bien. X no es amigo del alcohol.

" La ausencia de Aurora es la que me confirmó que ella sería la última y la primera. Que ella es la mujer. La ausencia de droga me revela lo insano de la sobriedad. Y la ausencia de amigos engrandece a Fernando ". La televisión emite una de esas falsas mesas de debate político, donde cada uno de los tertulianos es tan previsible como un sacerdote. Cada credo, básicamente los dos credos dominantes, representados por hombres con corbata y mujeres con tacones y ademán masculino. " Maldito Cánovas del Castillo, maldito bipartidismo ".
X para de mirar al televisor. Apaga la colilla, y sube la mirada a la lámina de Kandinsky que Aurora le regaló en su momento dulce. El hachis y los colores se hacen amigos. X sonrie. Admira a un pintor con tal pasión por el color. Y se detiene en las formas geométricas, que de forma inexplicable, sugieren un ritmo agitado y consecuente, como las tres primeras notas de la quinta del sordo.
" La ausencia de Aurora... Todos somos católicos enmascarados, en fébril búsqueda de pareja para hipotecarnos. Todos terminaremos tragando con la sanidad y educación privadas, y embriagandonos con los remedios legales, sentados junto a nuestros despóticos suegros. Mantente en silencio. Será el mejor remedio. " Los párpados de X comienzan a sugerirle el sueño. Y, como buen insomne, aprovecha la sugerencia. Apaga la luz, silencia el televisor, dejando la imagen. Se estira.
Trás una hora de silencio mental, el agotamiento toma el mando. X se siente afortunado. Un solo cigarrillo de hachis le ha llevado a la nada. Uno solo.

sábado, junio 03, 2006

Capítulo 13: El grupo

Hoy X ha cometido una imprudencia. Sabe que cualquier ser humano debe relacionarse con otros. Sin embargo, a veces la náusea le impide hacerlo. Y es entonces, cuando descuelga el teléfono, y llama a los que un día compartieron mesa en casa de sus padres. Por supuesto, una mesa llena de sustancias tóxicas, ante la ausencia de padres. " Debo relacionarme, debo al menos intentarlo ".
El grupo es sencillo, y por supuesto, ya no es un grupo. El tiempo y el ego han vencido a las conversaciones de adolescentes. Varias chicas, a cada cual más superficial, egocéntrica, y atractiva. Varios chicos, todos consumidores de drogas blandas y duras. Una hora de encuentro, un lugar público, y el alcohol como aglutinante. El lugar es la plaza de tribunal, justo en frente de su apartahotel.
Cuando, realizada la ablución, X se enfrenta al reencuentro, el primero al que ve es el que más simpatía le mostraba. Un comunista convencido, asiendo una copa en su mano izquierda, un canuto en su mano derecha. " ¿Cómo estás, desaparecido? ", exclama Carlos. La náusea comienza a manifestarse en el ego de X. " Debiera haberme quedado en casa ", piensa en su silenciada conciencia, mientras dirige el saludo a su antiguo conocido. " Bien, ¿y tú?. Ya licenciado, ¿verdad? ". Al marxista no le da tiempo a contestar. El grupo de tres chicas sentadas en el banco se dirigen hacia él. " ¿Cómo estás? ", exclama María, con su precioso pelo rizado cayéndole por la espalda. " Bien, como siempre ". Pronto, la segunda de las resistentes al paso del tiempo se presenta, y le abraza. Esta fue la amiga de X que debió ser su chica. Todo hombre ha sentido ese tipo de falsa amistad, que es deseo. Sin embargo X no era lo suficientemente cool para ser su pareja. X era un bicho raro, su compañía preferida para beber vino y ver películas de San Woody Allen. Rocío le mira detenidamente después de abrazarle. " Estás demacrado, sigues trabajando de noche, ¿verdad? ". " Sí, la noche es lo mío ".
La tercera de las chicas saluda a X con distancia. Era la adinerada y reticente, Sandra, la que siempre odio el temple izquierdista y excesivo de X. Todos vuelven al banco, pasando de mano en mano continuadamente cigarrillos de hachis. La conversación se va deteniendo en cada uno de ellos, en sus estudios, novias, trabajos, familias, salpicada de comentarios incoherentes y malintencionados, surgidos de una falsa confianza, de una falsa juventud. La náusea se manifiesta cuando le toca el turno a X. Reticente, y ya intoxicado, explica como el turno de noche es lo único que su habilidad social le permite, conjugada con su insomnio. Le miran como a un extraño. No en vano, no le han visto en meses.
" ¿Sigues estudiando? ", replica el marxista convencido. " Lo dejé ", exclama X, dosificando la culpa en su interior. La plaza está medio vacía, sólo algunos inmigrantes, y algún otro grupo en corrillo intoxicandose. Una de las chicas se levanta, y es el momento adecuado. X lía un inmenso cigarrillo de hachis bajo una de las farolas, y lo consume solo, entero, mientras le proponen ir a bailar. Aquí llega la catarsis. X no soporta bailar, pelear por un metro cuadrado en un lugar infectado de gente. Se despide. Promete llamar, pero todos saben que no lo hará. Sube al apartahotel, bien intoxicado. Pero desea el pico, desea la verdadera catarsis.
Se desnuda, se tumba, y ase la sustancia, mirándola. Disfruta oliéndola mientras la quema. Pronto el cilindro está en su boca. La televisión silenciada, emitiendo colores, siluetas publicitarias. Ocho largas caladas, y el pico. X ha escalado la montaña. Y confirma lo que insinuaba su niñez. No está hecho para el trato humano.

domingo, mayo 28, 2006

Capítulo 12: La ciudad

X sufre de insomnio. Desde niño encontró en la noche el espacio de silencio y cordura que el día no ofrecía. Ese fue el motivo de la elección de su desempleo. Ese, y el visionado de taxi driver, donde un trastornado excombatiene elige el turno nocturno de taxi como salida profesional a la ausencia de sueño.

En su día libre, cuando intenta ordenar el sueño, reservarlo a la noche, y después de haber ingerido lo suficiente para callar a su estómago, intenta en vano, dormir. Esa palabra suena extraña en sus pensamientos. Es la utopía de X. Dormir.

Ha limpiado su agujero, cerciorándose de que no le visiten los insectos, hacia los que siente verdadero pánico. Derivas de la higiene excesiva de su pasado burgués. Ha preparado todo con intención de dormir, y se ha mantenido despierto dos días, desde su último turno de trabajo, para poder hacerlo en la noche, para huir del día.

Comienza el agónico intento. Prepara un porro inmensamente cargado de hachis. Después de disfrutarlo como un niño, siente la vacilante y confusa llegada del sedante. Siente el hipnótico bajándole, haciendole pesado. Apaga el televisor, e intenta dormir. " Dos días de abstinencia de sueño, debo poder dormir ". Se prepara mentalmente para ello. Deja, estrictamente, de pensar. Estira su cuerpo, vago y lacio, sobre el colchón, cubre su cuerpo, y adopta la postura adecuada. Todo en orden, la ropa del día siguiente sobre la mesa, el macuto preparado. El sedante haciendo su efecto reparador. Y comienza la angustia.

Pasan diez minutos. Aún vacio, no consigue nada. Si bien sus párpados siguen cerrados, pesados, y su cuerpo ya no está activo, en su mente un miedo escondido y lacónico le impide llegar al nirvana mundano del sueño. Siente miedo hacia las pesadillas, hacia el recuerdo de todo lo que ocurrió.

Media hora después, está fumando un cigarrillo. " Otro intento, esta vez sí ". El agotamiento no es descriptible, pero, aún así, el intento es vano. No puede conciliar el sueño. El sedante ya no está con él. Prepara otra dosis. La consume. El efecto es menor, pero reparador. " Otro intento, una vez más ". No duda en masturbarse para hacer de este un éxito. Ni aún así.

Una hora después, está fumando otro cigarrillo. Enciende la radio, escucha el boletín socialdemócrata. Todo va mal. No en vano, gobierna la derecha. Los voceros de la izquierda continúan con su perorata auto complaciente. Desesperación. Absurdo. Recuerda, tendido en la cama, a Harry Haller, y sus excursiones ficiticias en busca de algo que le hiciera sentir vivo. Se viste, y afronta la realidad.

Ya en la calle, desierta y mojada por el servicio municipal de limpieza, comienza a caminar sin rumbo. Pasa la sociedad de autores, su edificio modernista. Sigue caminando. Toma un atajo hacia Fuencarral, visionando las firmas desordenadas de los jovenes pintamuros. Intenta mantenerse vacio, buscando el agotamiento. " Camina, sólo camina ". Se repite a sí mismo lo anormal de pasar dos días en vela, y no encontrar reposo. Sigue caminando. Se cruza con un borracho, mendicante, asiendo las bolsas. Piensa en la propiedad, el nuevo ídolo, en como la sociedad de consumo otorga un valor artificial a los objetos." ¿ En cuanto estará valorado el reposo ? ". Sigue recorriendo Fuencarral, hasta llegar al conocido mercado de los modernos. La calle se muestra desértica, y flota en el ambiente un halo de soledad, de descanso. " Todas las conciencias ordenadas, estarán ahora ordenando su subconsciente. Quizás el mio sea el caos. Quizás tengo alguna batalla moral pendiente que ni siquiera conozco ".

Vuelve sobre sus pasos hacia el apartahotel. El portero duerme, frente al televisor. El buzón vacio. Los pasillos de moqueta roja, llamando a la locura. Abre su agujero, se tiende en la cama. El sol comienza a intuirse bajo una espesa capa de nubes. Ahora sí. Prepara el último golpe de cannabis, fuerte, muy fuerte. Se desnuda. Y cuando el sol está avisando al subconsciente colectivo de que debe emprender de nuevo su tarea, y comienzan a sonar las radios de los vecinos, las cafeteras, las persianas, X encuentra al fin el descanso. Otro día sin sueños, otro descanso agotador, que no reparará en absoluto una conciencia superior, y destrozada. Y X recuerda la expresión de su libro escolar de literatura: el desarraigo. X es el desarraigo.

sábado, mayo 27, 2006

Cápitulo 11: La soledad sonora

X se encuentra en su desempleo. Sus manos asen un libro santo para él. Un libro que le enseñó tanto como las excursiones del veneno. Así habló Zaratustra. No sabría contar las veces que lo ha leido, ni las veces que no ha llegado a entenderlo. Es denso como el tráfico en la mañana, como el chocolate del primer día del año. Sin embargo, conserva una lucidez tan envidiable, que cualquier presunto escritor debiera detenerse en él un año, al menos.

X relee el pasaje preferido desde su infancia. "De las moscas del mercado". Un alegato razonado y endiabladamente conciso, sobre lo saludable del apartarse, del mantenerse ajeno.

X está sólo. Probablemente en las cinco horas que restan del trabajo no entrará nadie, y hoy su pulso es normal. No debiera, por la cantidad que fumó ayer, pero, se mantiene en huelga. Es lento y seguro.

Ase el libro, y busca el pasaje. Se sabe completamente solo en sus tres pisos de autos locos. Comienza a leer. Cada palabra cae como un bálsamo en su conciencia. Alguien ha sentido lo que él, alguien fue capaz de reflejarlo en boca de un místico ateo. Zaratustra enseña con firmeza: " Todos los pozos profundos viven con lentitud sus experiencias: tienen que esperar largo tiempo hasta saber qué fue lo que cayó en su profundidad. Todo lo grande se aparta del mercado y de la fama: apartados de ellos han vivido desde siempre los inventores de nuevos valores ".

Tiempo atrás, cuando la droga aún no había distorsionado su matemática capacidad de aprendizaje, X quiso ser un inventor de valores. Renegaba de todo lo aprendido, y su discurso, aún siendo adolescente, hacia temblar la conciencia de sus doctos y paletos maestros. Sin embargo, el eco de su genialidad sólo persiste en ocasiones. La distorsión de la droga le ha hecho ser cada vez más inoperante. " Quizás debiera dejar la droga, y escribir, sólo escribir ". X sigue leyendo: " Tus prójimos serán siempre moscas venenosas; lo que en ti es grande - eso cabalmente tiene que hacerlos mas venenosos y siempre más moscas ".

Cuanta verdad en dos versos. X admira al sabio alemán, admira la brillantez de su locura. El mito del amor al projimo desvencijado en dos versos. La realidad del trato humano condensado en dos versos. Nietsche nunca necesitó a Dios para parecerlo. Sus palabras sentencian más que el libro entero de los salmos, más que el recortado evangelio oficial. " Lo que en mi es grande, hace a los demás pequeños; he aquí el rechazo sistemático de los demás a todo aquel que no sueñe con su vivienda residencial, su novia rica, su suegro manso. He aquí la muerte de tantos tildados de locos ".

En estos pequeños momentos, la sonrisa aparece en la máscara de X. Siente una comunión de pocos, de buscadores absortos, que releen pasajes intentando vencer sus hechizos, ver más allá de las palabras. Y, conforme se siente más agradecido a Dios por haber dado voz a sabios como el amigo Friedrich, se siente más terriblemente solo. Y afortunado.

jueves, mayo 25, 2006

Capítulo 10: El amigo

X conserva, aún a pesar de su actitud asocial, un amigo. Cuando se siente optimista, le llama, simplemente para mantener una conversación. X considera a Fernando, su compañero de infancia, digno de seguir su conversación. Es una persona sencilla, limpia de droga, sin vanidad. No aceptó la trampa de la cultura de la evasión, no cayó en la inestabilidad perpetua que persigue a X. X le admira por eso, y se fija en su actitud en cada encuentro. Hoy, viernes, ha de encontrarse con él.
" Hola, ¿cómo andas? ", espeta X, mirando el rostro ordenado de su amigo. " Bien, agobiado por los estudios ". X admira que él haya seguido estudiando, aún cuando en la infancia no le eran cómodos los exámenes, y vacilaba en ocasiones. " ¿Cómo sigue tu vocación de músico? ¿Terminaste la carrera definitivamente? ". X observa a su amigo, que le conoce tan bien, y sabe que su interés no es fatuo. " Sí, aunque aún queda un hueso, estoy a punto de terminarlos. He encontrado una nueva escuela donde seguiré intentando mejorar el lenguaje ". Fernando es un músico excelente, guitarrista, dotado de una memoria y capacidad de abstracción envidiables. X le envidia, envidia su perseverancia.
Fernando observa el rostro demacrado de x. " Estás más delgado, sigues a base de pasta y arroz, verdad ". " Ya sabes, el veneno es caro ". El rostro de su amigo cambia el tono, ante la certeza de la incosistencia de X frente a las drogas. " Aún recuerdo cuando, siendo adolescentes, vivíamos en el exceso. ¿Recuerdas?. Ese gigantesco cigarrillo de hachis en tu casa, rodeado de amigos ricos ". Fernando habla de aquello como de un episodio de adolescente. X se siente adolescente. " Ya sabes, sigo liando ". Conforme avanza la conversación, Fernando se muestra condescendiente, pero distante. X cae en la verborrea. " El thc es la droga más inocua, y yo sigo viviendo en el exceso ". Fernando replica, seguro. " Sabes que el exceso pasa factura ". X replica en sarcasmo evasivo. " Tanto como la cerveza, y las legales. Todos se atiborran a drogas legales. Debiera haber sido musulmán ". Fernando sonrie. " ¿Sigues escribiendo? ". X replica: " El trabajo me absorve, y mi día libre es eso, un día libre. No escribo a penas nada, más que recortes de poemas, relatos cortos ". " No se te daba mal, sabes que deberías seguir ". Fernando es la imagen del sentido del deber.
El café humea frente a X. Recuerda junto a Fernando aquellas tardes adolescentes, cuando sus padres se ausentaban, dando pie a dantescas reuniones de conocidos, interesados en posada y veneno. Ambos sienten nostalgia por su radical comportamiento, pero el tiempo siempre vence a la nostalgia. " Debo irme, me esperan ", desliza Fernando con habilidad. X podría seguir hablando una o dos horas más. Es vanidoso escucharse a uno mismo. Pero advierte la petición de su amigo. La taza de café ya está vacia, desde hace tiempo. Es tiempo de irse. " De acuerdo, hablaremos otro día con más calma. Podríamos hacer algo relacionado con el arte, codo con codo ". Fernando sonrie. " Dalo por hecho ".
X ha caido de nuevo en la verborrea. El brío del café ocupó tres cuartos de su conversación. Pero al menos se da cuenta de que tiene un amigo. Alguien que está a su altura.

Capítulo 9: La exnovia.

X está apoltronado en su cobacha, calmado por el remedio marroquí. Más suave, más razonable que la viuda blanca. Más barato. Gusta en sus días libres de pasar horas enteras pensando, cómodo en la inacción.

X es un hombre, y como tal siente necesidad de una mujer. Esto le enoja, pero le hace sentir justo consigo mismo. Cualquier hombre siente, tarde o temprano, esa necesidad.

En el primer y último año de universidad, cuando aún aspiraba a ser un licenciado, X conoció a una mujer. Ella le conquistó a él. Aurora. Pequeña en talla, de gran mirada, y caminar seguro, durante varios días dirigió miradas claras y persistentes hacia él. Y en una de esas interminables borracheras universitarias, en plena calle, cuando X estaba plenamente drogado, hizo el esfuerzo y la temeridad de acercarse a ella.

Un año después, ella le engañó, engañó a su temperamento obtuso y escapista. Y X aún sigue en ese momento, bloqueado ante cualquier mujer. Su inagotable orgullo dice despreciarla, pero él sabe lo que sintió. Esa comunión en el coito no es algo pagano. Se da en pocas ocasiones. X ha conocido, literalmente, en el sentido bíblico, otras mujeres. Pero ella sigue ahí.

Cuando ebrio, muy ebrio, se decide a escribir un poema, habla de ella. Cuando inventa, en un relato breve e inacabado, una musa, es ella. Cuando le cambia el nombre, o mira a otra mujer, sólo la ve a ella. El amor es en X una obsesión, tanto como Dios, la droga, o la muerte.

" ¿Cuándo me olvidaré de ella?. Los católicos me contaminaron con este fanatismo llamado fidelidad ", piensa, mientras lía un cigarrillo de hachis, muy cargado, para dormir sus 5 horas previas a la jornada laboral. La pregunta se repite: " ¿Cuándo podré olvidarla? "

El día se abre paso, mientras los biorritmos en anacrusa de X le llaman al descanso. Calada trás calada, sabe que, en enterno retorno, este pensamiento volverá a él, puesto que su confianza en las mujeres se la llevo una sola mujer: Aurora. Ahora comprende lo doloroso del amor. La abstinencia, la ausencia de la persona, la certeza de la incompatibilidad. Aurora no es como X.

Antes de caer dormido, sin sueños, como corresponde a un fumador de hachis, X recuerda cuando aún acariciaba el contorno de su cuello. Y sus párpados caen, soñándola una vez más contra su voluntad. El hachis no mata el amor, ni la obsesión de X. X es un cristiano resentido, condicionado. Y no se soporta a sí mismo.

miércoles, mayo 24, 2006

Cápitulo 8: La crisis

Miércoles, un día cualquiera. X está sentado en su desempleo. Hoy ha notado algo extráño en el recorrido del suburbano. Su pulso, su ritmo cardiaco, parecen un allegro estridente. No consigue calmarse. Sube, sigue subiendo. Una luz en el bajo de la puerta metálica. Su mano pulsa renqueante el botón, abre la puerta. Desgraciadamente, el individuo del coche baja a hablar con X.

" ¿Qué me ocurre? ", piensa X. El individuo se acerca a la garita. Comienza a hablarle. X sólo observa su ansiedad, no le escucha. El individuo quiere dejarle una llave al relevo. X fija su atención en el gesto que le ofrece la llave. Entonces ocurre. La mano, renqueante, no responde. Ase mal el pedido. El individuo le observa. El corazón in crescendo, el sudor perceptible. " ¿Te ocurre algo? ", pregunta el residente. " Demasiado café, disculpe ". El individuo se va juzgando a X en sus pensamientos. El ritmo cardiaco sigue subiendo. Apoya la mano en la mesa, esparciendo una gran capa de sudor. Empieza a hiperventilar, encogiéndose en la silla. Horror. X sabe lo que ocurre. Le ocurría de niño cuando su padre, o más bien, su engendredador llegaba a casa. Está sufriendo una crisis de ansiedad, leve. Sigue hiperventilando. Su cerebro dispara la conversación hipotética del residente con su jefe, el posible despido, y la ruina inminente. Horror. X suda, todo su cuerpo está en tensión. Trata de caminar, pero al momento vuelve a sentarse. Hiperventila de nuevo. Enciende un cigarrillo. El ritmo se estabiliza. X mira el temblor de su mano. Siente verguenza, asco, rabia. Sabe que es una respuesta anómala a una conversación normal. Siente verguenza ante su descontrol. El ritmo se calma, mientras advierte un remedio muy antiguo. Repite duarante al menos diez minutos el mantra oficial: " Padre nuestro..." Comienza a calmarse. Las respiraciones se sincronizan con cada frase. " El pan nuestro dánosle hoy ". X se turba ante la eficacia y el condicionamiento católico.

" Ha vuelto a ocurrir, quizás se repita de nuevo ". X siente pena. Conoce por su fatigada intuición cual será el destino de este suceso. Una consulta médica, una conversación tópica recoméndandole vivir con el maltratador y seguir la doctrina familiar, el peor de los proselitismos.

X siente pena. Pero su pragmatismo le mantiene sentado, frente al portón metálico. X es un enfermo mental. Todavía no lo sabe. Simplemente lo intuye. Y el niño que lleva dentro querría llorar.

lunes, mayo 22, 2006

Capítulo 7: La Toma; de cómo X se convierte definitivamente en niño.

Una densa bola de humo inunda las fosas nasales y el paladar de nuestro recogido y tímido sonámbulo. Suena la cadencia arrastrada de Satie, los contornos asiáticos de la coquetería francesa. Mucho volumen. X está totalmente tumbado en su cobacha, sumido en un estado de abandono del yo. Recuerda todo lo que estudió, más bien poco, como corresponde a un colegio católico, sobre la ilusión del yo, sobre el concepto de maya. Los colores brillan como fluoroescenetes, y una verborrea divina divaga en su mente, retorcida como una serpiente, venenosa hasta la raiz. Otra densa bola de humo sale de su boca. Probablemente el aroma, al ser tan puro, se perciba desde el ascensor. X se siente seguro, tiene un domingo para aterrizar. Tiene hambre. La lívido comienza a dispararse antes las imágenes publicitarias de la televisión silenciada.

No recuerda que día es, pero sabe que es el mes de Febrero. Sábado. Que más da. El tiempo, tal como lo percibe ahora, no existe. X no tiene en este momento la menor constancia del paso del tiempo.

Su cuerpo, normalmente agarrotado y tenso, esta muerto y pesado. Economiza cada movimiento. Está tan drogado que le fascina que otros, estando así, se muestren ante los demás. La verborrea le ha traicionado muchas veces. Las tomas en casa, esa es la nueva ley.

Recuerda a sus profesores de secundaria, explicándole lo que debía responder ante " las drogas ". Sonrie. " Bendito sea el derecho a equivocarse ", se increpa, autocomplaciente.

X es ahora un sujeto sin conciencia de sí mismo. Inmóvil, impasible. Todos los teléfonos cortados. Nadie puede violar su santa y ebria intimidad.

Lía otro cigarrillo de marihuana. " No hay mejor recompensa para el adicto que una dosis. Otros las toman en capsulas ". La culpa judeocristiana, como el lenguaje binario, se dispara. X puede detenerse ahora, y observarla. Aún es un león, aún lucha contra el dragón dorado de la culpa. Niezsche tenía razón. El hombre es un animal que hace valoraciones. Indulgente, y sombrio, siente el pico. Varias nuevas bocanadas avisan a su cerebro. Pronto llegará un sueño eterno, de unas doce horas. Una resaca fuerte de domingo, mitigada con hachis marroquí.

viernes, mayo 19, 2006

Capítulo 6: El Camello, el león y el niño.

Por fin. La semana ha pasado. X ha conseguido dormir a base de lexatín, y otros calmantes. Ha adecentado su agujero, y tiene cita con su propio psiquiatra, su dealer.
Bien vestido, como quien va a hacer un trato importante, o cobrar un testamento. La mejor de sus colonias. Se siente fuerte. Tiene el dinero. Camina para entrar al vagón de ida. Nuestro antiheroe tiene un día entero para volar, y otro para volver al mundo. Ha hecho un nuevo presupuesto autocomplaciente. No tiene ningún compromiso. Hace tiempo que no ve a nadie, perdió todo contacto con sus antiguos conocidos. Les ve una vez cada seis meses, cuando ellos consiguen encontrarle, o se siente animado. Hoy no es el caso.

X nunca pagaría a una prostituta, nunca publicaría un anuncio en una lista de contactos, nunca trataría con una extraña un tema genital. Es suficientemente culto para eso.

Reafirma en su cabeza el protocolo: entrar en la casa, conseguirlo, pagarlo, tener una conversación condescendiente, asertiva, y en menos de veinte minutos huir del lugar. No consumir con el camello, ya que entonces volvería volando por los andenes. Y eso no es de su agrado.

Enfila la calle Alcalá, terminado el trayecto suburbano. Manosea los billetes mientras camina hacia la casa de su vendedor preferente, un individuo qe dejó la pasta de coca autosuministrandose y vendiendo marihuana de alta calidad. El producto es caro, pero original. X conoce lo que vale un buen trato. 6o euros por media hueva de hachis de segunda, casi sin cortar, y dos bolsas de marihuana.

Llama al telefonillo. Una voz cansada, le dice que entre. Oye el sonido agudo de apertura, y empuja. Sube acelerado las escaleras, mientras se repite el protocolo. X no gusta de ser visto mientras se convierte en león.

4º B. El individuo, hinchado y sonriente, le abre la puerta. X no recuerda su nombre, siempre evita llamarle por él. X siempre olvida los nombres. Forma parte de sus habilidades sociales.

" ¿Cómo andas? ", pregunta el camello hinchado. " Como siempre, buscando refugio ". X pasa a un cuarto de casa medio burguesa. Percibe el olor de limpio, de lejía. El camello abre la puerta de un pequeño armario, donde crece el remedio. X observa, envidioso, celoso, una planta enorme y saludable. El olor le inunda las fosas nasales. " Mira como tengo a mis niñas, están bien, ¿verdad? ". " Más que bien ", musita X. X no tiene valor ni sangre fría para ser camello. Ahora se arrepiente de no tenerlo.

" ¿Cuánto quieres? " El hinchado es directo. " Medio, y dos bolsas ". " Correcto, amigo, eso es ser buen cliente. Odio a los chavalines que quieren que les venda 10 euros cada tarde ". El hinchado se mueve lentamente, hacia el armario. Allí si que hay droga acumulada. Una bolsa inmensa llena de huevas de hachis, cogollos secando envueltos en papel de periódico. X comienza a sonreir. Pronto lo tendrá en sus manos. " Toma, el dinero ", afirma X con voz clara y firme." Pero quédate a fumar un porrito conmigo, amigo. ¿Hoy también tienes prisa? ". X sigue el protocolo. " He quedado, amigo. Si no me colocaría gustoso contigo ".

X camina. Ya en la calle, no para de sonreir. Hoy hay fiesta en su agujero. Erik Satie, y la viuda blanca. Hoy leerá de nuevo las tres transformaciones del espíritu: el camello, el león, y el niño.

Capitulo 5: La abstinencia.

Han pasado tres horas. La linterna de X ha rondado el edificio. Paredes negras, con líneas de colores muertos, paralelas entre sí. Autos ordenados por cuadrículas, rectángulos vacios. Los burgueses de la calle Padilla viven hoy su reposo sin lujuría, reservada para ese tiempo que algunos llaman fin de semana. "Debiera comenzar la semana en Sábado", piensa X. No en vano, Dios descansó un Sábado.

La abstinencia comienza a aguzarle el carácter. Su pulso es más irregular. El ritmo cardiaco se dispara, ante cualquier sonido de las calderas, el quejido de algún metal. X sólo piensa en la siguiente dosis. Marihuana bruta, la viuda blanca, inúndale el cuerpo de una profunda conciencia de que el tiempo y el espacio son sólo un cuento para niños. Agota el café en su taza metálica, escuchando el tercer reporte de noticias. Viuda blanca, viuda blanca. El mensaje se repite en su cerebro como un mantra. X se siente mediocre, usado por la sustancia. Apenas puede centrar su atención en el libro, la Aurora de Nietzsche. Quiere moverse, pero cuando lo hace quiere sentarse. Se mantiene inquieto y molesto. Pagaría el sueldo de medio mes por una conversación real, de contenido. Pagaría el infinito por salir volando de ese tugurio residencial y asir el manjar entre sus manos. Sentir el profundo olor inunando su agujero, sentir la subida al cerebro de las manos de Shiva, el autoconocimiento de la propia mediocridad. Ahorcaría si pudiera a la rutina, al estilo de un parisino en su fundada revolución.

El ritmo cardiaco empieza a consternarle. " No estoy bien, no me encuentro bien ". Flashes inquietantes de las golpes de su padre en las mejillas, se intercalan con pensamientos de muerte, y Dios es su mayor interrogante. Se pregunta si su Hijo alguna vez tomo viuda blanca. " ¿Acaso no santifico el vino?, entonces, ¿de qué estaba hecho ese pan que tanto compartían? ".

X es un ser condicionado. La contracultura le enseñó la rutina de la evasión, y él la aceptó de buen grado, hasta escapar de su familia, carrera, y vocación. X es un escritor que no escribe. El eco de los gritos de su padre se intercala con las caladas al maltrecho cigarrillo. Intenta vaciar su mente, mirando fijamente un calendario atestado de publicidad. Se inquieta. " Viuda blanca, viuda blanca. Señor, sólo dame otra oportunidad de sentirte de veras, como los yoguis, los santos, o los muertos ". X reza a un Dios enfermo, inalterable, que contempla cada día como el destrozo y la ebriedad del yo son el patrón de un occidental frustrado.

X fue maltratado, obeso. Ahora sólo es el eco de un tóxico. " Viuda blanca, viuda blanca... "

No puede parar de pensar. Recuerda lo poco que ha leido de los yoguis, de la liberación sin tóxicos, y retoma una profunda mirada al calendario. Toma en él un punto fijo, y, como si lo asiera con las manos, se concentra de tal forma que los pensamientos empiezan a rebotar, a ser vulgares deseos de su conocido ego vanidoso. Consigue por un momento cierta clarividencia. El temblor en la mano, leve, pero perceptible, cesa. Los pensamientos cesan. El reloj marca las 4:00. X sonrie por primera vez en diez horas. Está vacio, completamente vacio. Nunca ha practicado nada parecido, pero lo aprendió de su hermano. Mientras la familia entera comía abusivamente sin pronunciar palabra, su hermano conseguía estar presente y ausente mirando un punto fijo de la pared. Así, evitaba todo comentario, y por consiguiente, todo golpe posterior, grito, o reprimenda.

X se mantiene vacío tres minutos, mientras su sonrisa se agranda. Siempre ha pensado en practicar algo parecido a la meditación, pero ahora sólo bendice el calendario, y haberse percatado de lo que su inapreciado hermano hacía para evitar los golpes.

Rompe su vacio reparador, la luz de un auto se cuela por la puerta metálica. Abre la puerta pulsando un gastado botón mugriento. Cuando pasa el residente, sin apenas mirarle, baja su mirada al libro. Vuelve a sonreir, mientras lee: " ¿Cómo apareció la razón en el mundo? De un modo irracional, como debía ser: por virtud del azar. Habrá que descifrar este azar como enigma que es ".

miércoles, mayo 17, 2006

Capítulo 4: El Edificio.

X camina taciturno, mientras la psicodelia reverbera en sus oidos. " Take it easy baby, take is as it comes ". Cabizbajo, abandona la escena dantesca del tren. Sube peldaño a peldaño, cada vez más denso y cargado. La resaca se combina con el brío del café. Lía un cigarrillo, imperfecto, más parecido a una trompeta que a un cilindro. Lo lleva renqueante a los labios, mientras camina. Ha olvidado el mechero. Siempre olvida el mechero.

Es consciente de que debe encontrarse de nuevo con su inocuo espacio de trabajo, esa cabina grisacea, inexpresiva, en la entrada de una vivienda. Dentro de ese mugriento garaje, tendrá que pasar la noche saludando a vecinos ebrios, cuanto menos, que vuelven a deshora a sus agujeros. Mal pagado, pero pagado. Únicamente el dinero le hace subir peldaño a peldaño, y la ilusión de otro viaje de su sistema nervioso al vientre de Shiva. X suda, no para de sudar desde que era un niño. De nuevo, odia su genética y se odia a sí mismo.

Mientras camina, intuye la situación que se avecina. El mismo gesto de despedida del cincuentón obeso al que releva, que emplea cada día, como en una sonata interminable, las mismas palabras para despedirse. De nuevo encontrarse solo al cargo de un submundo oscuro, de olor rancio, de tres pisos. Le produce una sensación de desasosiego, de desesperanza. " Quizás gane un sorteo, quizás algún día sea tan sucio como los rentistas a los que abro la puerta ". Comprueba a cada paso, que lleva todo lo necesario, de forma obsesiva. Derivas del thc, manías, trastornos. Se sabe trastornado, pero se dice a sí mismo que todo el mundo lo está.

Encuentra el mechero, y prende el tabaco. El consuelo que siente no es descriptible. Sabe que puede fumar toda la noche, en una cadencia de gestos y arranques de pulmón. Conforme se siente peor, se siente más cómodo. Así lo mamó en su núcleo familiar. Surrealismo en conversación constante, se interroga a sí mismo sobre las motivaciones de Dios para ponerle en situaciones como la que deviene en instantes.

Abre la puerta. Una tímida luz gris ilumina a su obeso compañero, receloso, vanidoso, resentido. Su sonrisa es ancha al verle entrar antes de lo normal. Sabe que así podrá marchar con su mujer, a nutrir su exceso. Se saludan. " Cómo te va ", dice Vicente, pendiendo un cigarro barato en su boca. " Supongo que bien ", dice X con la boca medio cerrada. " El trabajo es dinero, joven, y el dinero paga las facturas. Hasta la vista. Uno que se va...".

martes, mayo 16, 2006

Capítulo 3: El suburbano.

Cargando, estoico, con la mochila llena de libros, el termo de cafeína, y enseres diversos, enfila la calle fuencarral, saliendo del asqueroso apartahotel, más próximo a "el resplandor" que a un geriátrico. Enfila la calle, cabizbajo, evitando que su mirada choque con la de los demás. " Somos demasiados, como podremos enterdernos ". La calle está a rebosar de chicas in y chicos out, todos a la moda, convenientemente dispuestos en grupos proporcionales. " Es como si los prehistóricos hubieran cazado en número igual a sus presas ". X adora el sarcasmo.

" Sentirse solo es mejor que tragar toda esa mierda del grupo de amigos, y las teleseries norteamericanas. Pronto nos harán creer que las relaciones de pareja funcionan ". Antes de terminar este pensamiento, choca con un grupo de adolescentes ebrios, que le increpan. Continua caminando sin alzar la vista, como aprendió en el colegio de ricos. X odia a violencia.

Entra en la estación. Curiosamente, todo el mundo viene a su zona cuando él se está marchando. La resaca le hace medir bien los pasos. Desde fuera parecería cansado, confundido. En realidad, el thc hace que siga midiendo sus pasos, ya que su equilibrio lo perdió antaño, hace mucho tiempo, en aquellas orgías de salón de su pasado burgués. Caminar lento, rutinario. Cabeza mirando al suelo. Gesto mecánico, introduciendo el billete en la Babilonia del suburbano, donde nadie conoce los conceptos "salir" y "entrar". Voluntad de poder, enfilando un asiento.

La línea 4 es rápida. No en vano, va a la zona rica, donde X tiene su desempleo. Se sienta, mirando tímidamente a su alrededor. De las diez personas en dirección residencial, seis son extranjeras. Cuatro latinos, dos chinos, a vista de pájaro. Un hombre mayor con sobrepeso, dos chavales de barrio, drogados, y un solitario. Nadie se mira, nadie se habla, excepto el profuso sonido de la familia de latinoamericanos. " Cuanta vitalidad tienen, a pesar de lo que les robamos ", piensa X consternado. Los chavales intentan con mil piruetas llamar la atención de los demás en vano. El obeso escudriña el diario deportivo gratuito. Y el solitario hace lo mismo que X pasa a hacer: aislarse con blues psicodélico, aislarse del ruido chirriante, del olor a sudor, y los colores somnífero. Aislarse de una realidad que bien podría ser expresionista, aunque sigue pareciendo normal. X es un outsider.

lunes, mayo 15, 2006

Capítulo 2: La condición de ser burgués.

X aún tiene tiempo, previamente dopado, de leer el periódico digital. Su condición de antiguo aburguesado le llevo a contratar banda ancha. Cree que la necesita, como cualquier otro producto de consumo. " Todos creemos que los necesitamos, jodidos publicistas ", piensa, mientras lee la parafernalia de los socialdemócratas. Esa es su propia manera de justificarse el voto, aún cuando les desprecia. Leerles y escucharles cada día.

Fuencarral hierve en gente que sale del trabajo, y busca sus sedantes en compañía de novias, amigos, conocidos, o simplemente compañeros de sedantes. " Un hábito une más que una acción noble ". X es hiperactivo. No puede nunca parar de pensar.

De pronto, repara en que algo habrá de comer antes de acometer su tarea nocturna. Como de costumbre, el bar le proveerá de carbohidratos en una receta mágica, tanto como nacional. Tortilla de patatas, en una barra de pan. Quinientas viejas pesetas. Reflexiona sobre su sobrepeso, sobre los manidos hábitos saludables, y el mito de la dieta mediterránea. Y al instante, previo hecho un nuevo presupuesto en sus pensamientos, reflexiona en la gran mentira de la calidad de vida.

" Ya estoy limpio, ya estoy dopado, y tengo para una barra de pan " A X le gusta sintetizar las cosas, no gusta de circunloquios. Excepto cuando son producto del tetrahidrocanabinol.

El diario es previsible. Condena toda acción de la oposición conservadora, aún cuando sus manifestaciones son horriblemente, y por desgracia, más dignas que la parafernalia socialdemócrata. X fue un comunista hijo de papá. Ahora, claro, vota socialdemócrata. Sin embargo, el mito del Estado paternalista le tiene tan confundido, como el maltrato que sufrió por parte de sus aburguesados papas. Busca a su padre en el estado, que ironía. " El Estado es el padre de los ateos, y lo quieren desmontar esta bandada de cerdos conservadores ". Es saludable maldecir antes de entrar a trabajar.

Es la hora. Es tiempo de coger los trenes para ir a trabajar. X odia la red de transporte público, su traqueteo chirriante, su talante impersonal. " Es hora de ir a tu empleo ", piensa, maldiciendo contra papá Estado. " Es tan incómodo haber sido burgués... ".

Capítulo 1: El despertar de X.

X despierta confuso y cabreado, envuelto en una maraña de sábanas. Fumó demasiada marihuana la mañana anterior para poder sentirse saludable. Su mente sólo demanda café. En su agujero alquilado, pilas de libros y discos destartalados se hayan cubiertos de papeles con planes no resueltos, presupuestos imposibles, y restos de tabaco. Parece mentira que tanta basura, y tanta cultura quepan en treinta metros cuadrados.

Son las ocho de la tarde. El café empieza a despertar su turbadada conciencia mientras contempla, a pesar de sus párpados, el desastre en que vive. Un desastre elegido, o no. Mientras se debate es si es un miserable, cae en la cuenta de que debe retirar la cafetera antes de que salga volando.

Su cuerpo entumecido no llega al metro ochenta. Pesa más de lo debido, como demanda una sociedad que aún no ha olvidado la posguerra. El ruido en la calle Fuencarral empieza a colarse por sus tristes oidos. La cafeína nutre su torrente sanguíneo, al tiempo que repara en que debe volver a la garita, a su empleo nocturno. O debieramos decir, desempleo nocturno.

Comienza a pelear con su pelo negro, encrespado, mientras el agua caliente corre en la bañera. Se da cuenta de que no le queda suficiente somnífero, aunque la siguiente compra está fuera de presupuesto, a riesgo de comer pasta y arroz durante quince días. X es un adicto. X se siente desgraciado. Sin embargo, X haya también placer sintiéndose desgraciado. "Quizás el hábito de sentirse mal deviene en sentirse bien", piensa, consternado. X es un filósofo con sobrepeso.

Escoge una indumentaria anodina, vaqueros, camiseta, zapatillas. No le gusta sentirse observado. Cuando termina la ablución, se detiene un minuto a contemplarse al espejo. No le gusta lo que ve. No se gusta a sí mismo.