La vida de X

Narrativa. Novela sobre un ciudadano asocial.

lunes, mayo 22, 2006

Capítulo 7: La Toma; de cómo X se convierte definitivamente en niño.

Una densa bola de humo inunda las fosas nasales y el paladar de nuestro recogido y tímido sonámbulo. Suena la cadencia arrastrada de Satie, los contornos asiáticos de la coquetería francesa. Mucho volumen. X está totalmente tumbado en su cobacha, sumido en un estado de abandono del yo. Recuerda todo lo que estudió, más bien poco, como corresponde a un colegio católico, sobre la ilusión del yo, sobre el concepto de maya. Los colores brillan como fluoroescenetes, y una verborrea divina divaga en su mente, retorcida como una serpiente, venenosa hasta la raiz. Otra densa bola de humo sale de su boca. Probablemente el aroma, al ser tan puro, se perciba desde el ascensor. X se siente seguro, tiene un domingo para aterrizar. Tiene hambre. La lívido comienza a dispararse antes las imágenes publicitarias de la televisión silenciada.

No recuerda que día es, pero sabe que es el mes de Febrero. Sábado. Que más da. El tiempo, tal como lo percibe ahora, no existe. X no tiene en este momento la menor constancia del paso del tiempo.

Su cuerpo, normalmente agarrotado y tenso, esta muerto y pesado. Economiza cada movimiento. Está tan drogado que le fascina que otros, estando así, se muestren ante los demás. La verborrea le ha traicionado muchas veces. Las tomas en casa, esa es la nueva ley.

Recuerda a sus profesores de secundaria, explicándole lo que debía responder ante " las drogas ". Sonrie. " Bendito sea el derecho a equivocarse ", se increpa, autocomplaciente.

X es ahora un sujeto sin conciencia de sí mismo. Inmóvil, impasible. Todos los teléfonos cortados. Nadie puede violar su santa y ebria intimidad.

Lía otro cigarrillo de marihuana. " No hay mejor recompensa para el adicto que una dosis. Otros las toman en capsulas ". La culpa judeocristiana, como el lenguaje binario, se dispara. X puede detenerse ahora, y observarla. Aún es un león, aún lucha contra el dragón dorado de la culpa. Niezsche tenía razón. El hombre es un animal que hace valoraciones. Indulgente, y sombrio, siente el pico. Varias nuevas bocanadas avisan a su cerebro. Pronto llegará un sueño eterno, de unas doce horas. Una resaca fuerte de domingo, mitigada con hachis marroquí.

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